El referente de la Nueva Canción Chilena conoció de primera mano en el año 1968 el movimiento contracultural hippie en los campus universitarios de California para luego instalarse una larga temporada en Londres, la capital inglesa en tiempos de una intensa efervescencia cultural y política.

Lee la primera entrega de esta serie:Víctor Jara y su paso por el “Swinging London” (I)

Un artista de especial sensibilidad como Víctor Jara no era indiferente a las policromías y otras seductoras expresiones de la psicodelia en la California de enero de 1968, cuna reciente del hippismo, un estado norteamericano particularmente progresista que el chileno recorrió a bordo de un autobús para llevar a distintos campus universitarios la obra La Remolienda, interpretada por el elenco del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile.

En el libro Victor Jara, Hombre de Teatro, su autor Gabriel Corradini rescata el testimonio de Guillermo Nuñez, técnico del conjunto teatral universitario quien relata el cantante “se volvió loco bailando” en una discoteca californiana en la que presenció por primera vez la luz estroboscópica.

Para Sepúlveda, Jara tenía muy clara la diferencia entre las luchas de los jóvenes estadounidenses contra el contra el conflicto en Vietnam y la realidad latinoamericana. Aunque miraba con simpatía la llamada Revolución de las Flores por su antibelicismo, en el fondo la consideraba una evasión de la realidad motorizada por el abuso de las drogas con un fondo de música india de Ravi Shankar y las “canciones-protesta de Bob Dylan, Joan Baez y Jefferson Airplain”.

El propio Jara dejó clara públicamente su postura respecto al papel de estrellas contestatarias como Dylan en marzo 1972 durante un recital en Cuba, en el que criticó la industrialización del canto-protesta, que por medio de la masiva comercialización de sus ídolos conseguía “adormecer la rebeldía innata de la juventud”. En contraste el chileno exaltó el canto-comprometido ligado estrechamente a la juventud y al pueblo, “unido íntimamente en sus sentimientos más nobles, en su deseo ferviente de ser libre y de vivir mejor”.

En la isla de Shakespeare y  The Beatles

Al término de su periplo norteamericano Jara se reencontró con su esposa Joan Turner en Nueva York, tras lo cual el matrimonio viajó a Inglaterra gracias a una invitación del British Council, un reconocimiento del organismo de cooperación británico a sus crecientes éxitos de como director teatral.

Durante los siguientes seis meses Jara se dedicó a observar ensayos de diferentes compañías en Londres y a participar en cursos de enseñanza en varias escuelas de teatro inglesas, todo ello  sin dejar de ser un acucioso observador de la realidad política y social de una de las principales capitales de Europa.

La Londres que encontró Jara en febrero de 1968 era una ciudad  en plena efervescencia cultural en todos campos (el llamado Swinging London), con una robusta actividad teatral que había logrado desplazar a Paris  de la vanguardia en el mundo de las tablas.

En otros ámbitos de las artes, especialmente en el musical, ya el Reino Unido era dominante y desde hacía varios años La Invasión Británica llevaba a los Estados Unidos (y de allí al resto del hemisferio occidental) la versión isleña de un rock and roll muy influenciado por el blues afroestadounidense, un sincretismo que se renovaba constantemente al absorber otras tendencias y tenía sus símiles en otros campos de la creación. 

El propio Jara era un admirador declarado de la agrupación inglesa más sobresaliente del rock, The Beatles, coincidiendo su estancia en Londres con la etapa artísticamente más memorable de la banda de Liverpool. No por nada regresó a Chile a mediados de 1968 con cuatro obsequios especiales para sus amigos del grupo folklórico Quilapayún, del cual era director artístico, objetos que cualquier beatlesmaniaco reconocería a la primera, la versión psicodélica de los retratos que Richard Avedon le hiciera a Jhon, Paul, George y Ringo.   

Continuará... 

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