El nuevo trabajo discográfico -el sexto álbum en su catálogo- de la entidad que ha liderado por más de 15 años Tobias Forge destila una emocionalidad que te cala hasta los huesos.
Esta nueva placa de Ghost trajo consigo, además de un puñado de diez nuevas composiciones, un nuevo líder, Papa V Perpetua. Paradójicamente, la llegada de esta figura se produce en medio de la noticia del fallecimiento del Papa Francisco, cabeza de la iglesia católica.
Ya de lleno en lo estrictamente musical, desde el inicio del álbum queda claro que serán las canciones las que hablarán. No hay temas introductorios como lo fueron “Ashes” o “Imperium” en los discos anteriores.
Una vez más, Tobias Forge invocó a Vincent Pontare y a su permanente colaborador Salem Al Fakir —parte compositiva responsable de canciones como “Dance Macabre“, “Life Eternal“, “Kiss the Go-Goat“, “Mary on a Cross“, “Spillways” y “Watcher in the Sky“, entre otras— para que pusieran sus semillas en este disco: el resultado quedó plasmado en temas como “Peacefields” y “Satanized“.
Otro más con quien Forge unió volvió a unir fuerzas fue Max Grahn —conocido por su trabajo en “Hunter’s Moon” y “Call Me Little Sunshine“— quien participó en la composición de todas las canciones salvo el track 1 y el track 3 antes mencionados así como tampoco en “Missilia Amori” y “Marks of the Evil One“.
En cuanto a la ejecución instrumental, también hay rostros conocidos: Fredrik Åkesson de Opeth nuevamente graba guitarras, al igual que en el disco Impera y en el EP Phantomime.
Con acaso el más bello coro introductorio de su discografía, comienza “Peacefields“, el track inicial —y tercer adelanto del disco— con unas reminiscencias a Journey que no pasan desapercibidas. ¿Es eso un problema? ¡De modo alguno! Ghost, desde Prequelle, que viene canalizando el rock ochentero de estadios sin caer en la copia vulgar. No es tan oreja, no pega instantáneamente como los otros dos singles, que —justamente— son las canciones que siguen en el listado, pero de todas formas deja huella en cavidades auditivas. Es, también, la menos oscura y la más esperanzadora desde el punto de vista de la letra de todas las canciones que componen el disco.
Sin embargo, el tono se oscurece con “Satanized“, en donde el clamor por ser salvado, el intento de no sucumbir a la tentación y el arrepentimiento marcan el tenor de la canción.
La emoción sigue su cauce en “Lachryma“, donde el sintetizador del inicio, propio de una banda de sonido de un film de terror ochentero, es de una exquisitez sin parangón dentro del sonido de la banda. Te puede hacer soltar un lagrimón de la pura emoción.
Este tridente inicial no solo conmueve: también marca la vara con la que inevitablemente se medirá el resto del disco.
Conforme avanza Skeletá sigue presentando canciones interesantes, más no al nivel de las que dieron la partida o de las tres que le darán cierre. Hay harto guiño a bandas setenteras y ochenteras, cuyo sonido es reinterpretado por Tobias Forge y lo devuelve con marca e identidad propia. “Guiding Lights“, por ejemplo, habría caído parada en el año 1985. El resto de las canciones remite a icónicas bandas: “De Profundis Borealis” (Iron Maiden), “Cenotaph” (Queen, Boston) y “Missilia Amori” (Scorpions).
Esto, entre otras cosas, explica la raigambre que la banda ha conseguido tener en fans nacidos hace 15 años, pero también hace 50. Si no me crees, échale un vistazo al público que asiste a sus shows o, en su defecto, a quienes comentan de manera genuina y emotiva en sus redes sociales.
Parte del encanto generacional radica en decisiones estilísticas: “Marks of the Evil One” es tan ochentera que termina en fadeout, a la usanza de las canciones de esa época, que parecía que los músicos se alejaban lentamente uno por uno del estudio de grabación.
En esa misma línea atmosférica, “Umbra“, la parte más oscura y profunda de una sombra, se hace patente con esa lúgubre intro ochentera de sintetizadores. Es una de las composiciones más interesantes del disco. Más allá del pegajoso riff de guitarra, lo novedoso para el sonido de la banda radica en el uso del cencerro, que prácticamente acapara casi toda la canción, salvo en el puente donde el jugueteo intrépido de guitarras es la atracción principal, junto a los sintetizadores.
El cierre llega con “Excelsis“, y es redundamente notable: lo termina en lo más alto (como el título lo sugiere), mas no por eso exento de una cuota de temor e incertidumbre (“I’m afraid of eternity too” / “Le tengo miedo a la eternidad también”). Es como si fuera la contraparte de “Life Eternal” (que también cierra su respectivo disco) y, como tal, pelea mano a mano el status de canción de funeral que un fanático de la banda elegiría para su día final.
Con Skeletá queda la sensación de que Ghost es como una religión para incrédulos: para aquellos que no pueden creer la calidad de su obra, pero igual —o quizás por eso mismo— la terminan adorando.